7/9/08

Más allá de Ostkreuz


Si el paseante, por casualidad, decide adentrarse por lugares no mencionados en las guías, uno de los más interesantes es el Cruce del Este, un lugar de paso de trenes, vías muertas, descampados donde se mantienen a duras penas antiguos depósitos de agua, casetas de guardagujas y naves industriales del XIX, en ruínas. La propia estación de S-Bahn (tren de cercanías) da una idea del complejo proceso de reinvención en el que está metida la ciudad: mezcla de mobiliario de casi todas las épocas desde que se inauguró a finales del 1800, los más modernos trenes circulando día y noche, restos de metralla de la II Guerra Mundial, vegetación salvaje y unos dos millones de pasajeros al día.
La zona de Ostkreuz en Friedrichshain (nombre en alemán), colindante con el río Spree y los barrios de Lichtemberg y Treptow, es uno de los últimos lugares de Berlín donde sobrevive el espíritu de sociedad nueva que surgió al caer el muro, basado en la libertad, la creatividad, la confraternidad y la gratuidad. Gracias al „vacío de poder“ generado durante los siguientes años y a la gran cantidad de espacios abandonados en el Este (por la pérdida de población en la RDA antes y después de la reunificación), toda la parte oriental se convirtió en destino preferido de artistas de toda clase y del movimiento „okupa“ internacional. Éste ha ido desapareciendo, pero una parte de su modo de trabajo autogestionado permanece todavía, al margen del control institucional. Unos y otros, artistas y okupas, mezclados o siendo lo mismo, han sido condición básica para la explosión cultural producida a finales de los noventa y que, hoy en día, ha llevado a que Berlín sea considerada de facto la capital cultural europea.
Al otro lado de la estación, por ejemplo, si se va en dirección sureste, a orillas del río y muy cerca de uno de los puertos, se sitúa la Alte Weberei, un edificio de ladrillos, en estilo industrial del s. XIX, que fue una fábrica de textiles hasta la guerra, cuando fue parcialmente destruida. Después, durante la división, el muro recorría esta zona, y tuvo diferentes usos hasta que en el año 1990 fue definitivamente abondonada. Cinco años después, una asociación llamada Unkul (algo así como „lo-no-guay“) la ocupó para desarrollar sus proyectos culturales .

Su estado, hoy en día, a pesar de estar protegida, es decadente: mezcla de ruína y exuberante vegetación. Al entrar por el jardín, antiguo paso de camiones, un domingo de Primavera o Verano, uno ya puede oir la música de alguno de los grupos o pinchas que suelen actuar: jazz, funk, electrónica... La sensación es de extrañeza y sorpresa, se percibe enseguida el ambiente relajado y placentero, cruce de sonrisillas. El mundo gira al ritmo de la música, bajo el sol. Las fiestas suelen comenzar en torno al mediodía y duran hasta la noche o hasta que llega la policía. Sin embargo, muy al contrario de lo que se pensaría, normalmente se negocia la hora de cierre con los organizadores, bajo promesa de no armar demasiado escándalo.
En la parte trasera está el resto del patio, que da al río, con árboles centenarios, abundante hierba, bancos, tumbonas, mesas, un par de barbacoas, un quiosco de salchichas y hasta una mesa de ping pong. En esta parte del edificio se abre una de las naves de la fábrica, donde hay un bar, sillones y, al lado, un pequeño escenario. Aquí se puede disfrutar, no sólo de la música, sino también de actuaciones de teatro, espectáculos infantiles y lecturas literarias. Algunos de los grupos de escritores pop de la ciudad se reúnen aquí para presentar sus últimos textos, al atardecer. En el interior, entrando por un costado, se accede a las salas de exposiciones y a los talleres de artistas, en los que se pueden ver instalaciones de video, fotografías y pintura.
Si el paseante tiene la suerte de llegar hasta aquí y de ser atrapado por la larga caída del sol y su luz anaranjada de primeros de Julio puede que, entonces, en ese instante, se enamore de Berlín y se entregue decidido a su canto de sirenas. Una vez perdido entre esos acentos extraños, tal vez, comprenda que lo importante del paseo no es su duración o el número de lugares visitados, sino la capacidad de entrega al lugar que tenga uno y la intensidad con la que se deje llevar. Sólo así puede que aprenda algo.

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