30/6/08

La Leona

Los árboles se desentuman y extienden sus ramas hacia el verano, alargando los tonos verdes hasta el rojo de los arces o el plata álamo. Así llega la “estación”, con el sol vertical sobre el cemento y un no saber dónde parar. Y cuando en este deambular uno piensa que ya llegó su hora, entra por la calle Juan Mambrilla y otra ciudad se abre ante sus ojos, como en el poema de Montale cuyo cantor teme que la realidad se esfume al darse la vuelta. Pero no es la realidad el fantasma sino la ligazón del paseante con ella.
Efectivamente, es tan frágil la belleza de esta ciudad, está tan dispersa y fragmentada que resulta fatigoso perderse en ella, pues no hay rincones suficientes para desaparecer del mundo más de cinco o diez minutos y la huella histórica más lejana casi se ha borrado. Aberraciones arquitectónicas de la última mitad del siglo XX, eso llamado “desarrollismo”, construcciones franquistas baratas, que en su mayoría arrasaron el patrimonio artístico, invaden la vista del paseante y lo aturullan con su arrogancia y su mal estar. Los ojos se nublan tras una nube de ladrillo naranja.

Pero, tal vez por esto, esos espacios fugaces tan comunes en Valladolid, tan desenraizados del resto que lo rodea, como una brizna de hierba en una explanada de baldosas, se vuelven tesoros apetecibles y uno no quisiera jamás salir de ahí: lugares alejados del tráfico, verdes, hechos a la medida humana y habitables, desde los que se oye a las cigüeñas y a los gorriones. Flanqueada por casas señoriales antiguas y algún que otro palacio perteneciente a una orden religiosa, esta callecita estrecha cuenta con una librería perfecta para perderse durante horas: La Leona. A la medida de la calle, en este local forrado de arriba abajo de estanterías de madera, de las que rebosan libros antiguos y viejos, fotos, dibujos, grabados y flyers de todo tipo, podemos encontrar casi cualquier cosa: una edición decimonónica con pasta de cuero e ilustrada del Quijote, traducciones raras del alemán hechas por Borges, revistas de los años treinta o un diccionario informático de los setenta…Montañas de libros para entretenerse buscando, un rincón relajado donde el tiempo no corre.

Con un poco de suerte, en ciertas épocas del año, cuando el sol declina, si el paseante despistado se cuela en esta calle verá grupos de personas entorno a La Leona, reunidos a propósito de una lectura literaria, un concierto o, simplemente, haciendo malabares.